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I

Respiración, marcas, silencios. Es tan difícil describir las estructuras precisas de los recuerdos (verdaderos). Con ojos que no ven hay que fingir un intimismo que dispare en direcciones diversas, obedientes al deseo de decir —esta vez desde los márgenes— lo contrario de lo que construye la retórica de las recurrencias: la complicidad, el oficio, que rodea la vida hasta ignorarla. La precisión es imposible.

Afuera

La plaza está iluminada como nunca. Navidad aún no llega, pero el verano se anuncia en los carros paseantes. La gente nunca está tranquila. Ahora, si bien descansan de ciertas amarguras que arrastran como la memoria y los años, prefieren reposar, a los gritos, sonrientes bajo un árbol frondoso. Yo los miro de lejos. Cerca, en la mesa próxima, tengo gente que pertenece a esa camada de personas alegres, pero que se han quedado sin su pedazo de plaza. O, tal vez, son hippies con ropas nuevas y no quieren ensuciar sus trajes universitarios. Lo cierto es que tanto ellos como yo estamos en el mismo espacio; aunque la física lo refute, el sentido común entiende. Ellos brindan y sonríen y declaran la guerra al amor instituido; ellos saben, ya lo vieron, comprobaron en sus viejos el fracaso y el dolor. Uno cita de memoria un pasaje de una obra que, intuyo, ha leído. Causa gracia en los otros, que se ríen y lo burlan buscando su aprobación. Todos acuerdan que la literatura es una fiesta, l
Jamás hizo algo. Y, sin embargo, nadie merece estas letras más que ella.
En el tiempo y no con él, las cosas se comprenden y se aceptan. Nada se cambia. Las decisiones, las prácticas son otras;        las cosas siguen ahí, acá o allá. Pasado, presente, futuro.
Nado bajo las férreas gotas de tu olvido. Eres, has sido y serás, la muda alegría de los ojos que, nítidos, observan el fuego y evocan el precioso eco de los dispares otoños de la historia. Sabes, como supieron los incautos, que la densidad de esta oscuridad matinal perseguirá tus recuerdos hasta despojarlos del abrigo del tiempo. Nado, ya las palabras no se deciden, lento bajo las férreas naves de tu olvido.
Los trenes golpean el espeso barro de tus ojos, las carnes agobiadas del ayer, hoy son de otros y nadie canta el estribillo de tus sueños. "Nadie", sujeto absurdo. Nadie golpea las teclas al leer, no es otro el estéril devorado por el tiempo, jamás el amor se demostró tan lleno de polvo.

Abandonado.

Afeitado y trágico, se detuvo y vio a un viejo que lo pasó trotando. Comprendió, sus rodillas se lo indicaron, que había vuelto a fracasar. «Es el miedo», se dijo mientras se tomaba el pecho y se hacía a un costado. No podía dejar de aceptar el paso del tiempo, así como su permanente falta de compromiso. Intentó ser actor, ingeniero y almacenero, entre otras cosas, pero cada vez se repitió «esto no es para mí» y abandonaba sus actividades como quien abandona un personaje o un relato.