I

Los dos éramos pibes. Vos tenías algunos líos con tus viejos y yo te podía entender. ¿Quién no tuvo líos con los viejos?

Para despejarnos, solíamos juntarnos por las tardes. Vos me inculcaste este romance con las plazas. A veces nos pasábamos horas colgados en las ramas de algún árbol, le poníamos caras a sus grietas y les inventábamos alguna historia.

Algunos años después, he traicionado ese ritual. O lo he expandido. Lo cierto es que nunca fue lo mismo sin vos.

Las otras pibas se hacían las locas e inventaban historias para no dejar de hablar. O se hacían las fumonas colgadísimas, que veían "en una cara, un rostro y en unos ojos, una mirada". No la pasé mal.

A vos te gustaba fantasear. Pero reconocías los límites de la narración: contar es recordar. ¿Que historias impuras me estarías compartiendo?

Pasó bastante tiempo y, sin embargo, acá me ves. A veces me corro un poco de la vida, entonces, el viento me trae los olores y figuras de otros años.

A veces, Rubia, me acuerdo de vos y te escribo. Y le digo a otro que lo publique, porque yo no quiero decir que todavía te extraño.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Gato ve al Ladeado